jueves, 17 de abril de 2014

El mago de Aracataca


Fue hace ya casi un par de décadas cuando por aquellos errores de la educación secundaria se me obligaba a leer una novela que en aquel momento no puede apreciar su belleza. Aquella novela era "El coronel no tiene quien le escriba", una remembranza a las historias y memorias que el gran Colombiano Gabriel García Márquez tenia sobre su abuelo. Por aquellos días de mí temprana adolescencia no había cultivado el hábito de la lectura, mi mente joven y perezosa no entendió las profundas líneas que el "Gabo" trataba de hacer entrar en mi alma. Fueron unos cuantos años más y una buena cantidad de libros los que me llevaron a encontrar de nuevo los libros del periodista y escritor de la costa atlántica colombiana. En el despertar de mi gusto por la lectura libros como "crónica de una muerte anunciada", "el otoño del patriarca" o "El general en su laberinto" y sus magistrales, maravillosos y en algunos casos incluso aterradores cuentos, encontré la magia de la realidad fantástica, de los delirios oníricos de imaginarse un mundo más vivido e impactante, nutrido de la naturalidad del imaginario latinoamericano, de la tristeza histórica de nuestras estirpes, de la capacidad inocente de soñar de nuestra América. En sus líneas encontré el amor por la escritura -Amante que a veces abandono egoístamente-, hallé el placer del silencio mientras me perdía en sus mundos macondianos, en sus personajes tan reales que eran impensables, sus patriarcas y matriarcas, tan nuestros y nuestras, tan hechos y hechas de la misma tierra que la que estamos hechos todos los latinos.

Ahora que recaudo recuerdos, creo que el Gabo siempre estuvo presente en mi vida, desde la infancia en la que aun no apreciaba el manjar de la lectura. Pero bien vividas están mis memorias viendo los libros que mi señora madre coleccionaba y amontonaba en la biblioteca familiar, libros que como buena colombiana había leído y quizás esperaba que algún día sus hijos también leyeran, recuerdo haberlos visto desde abajo en mi corta estura infantil, haberlos detallado mezclados entre los demás libros, sus tapas duras y con ilustraciones que se marcaron en mi mente resintiéndose a perder ante el tiempo y el olvido. Pero entre ellos uno siempre sobresalió, un libro de pasta amarilla que relataba el perenne amor de Florentino Ariza por Fermina Daza, la inocencia de las cartas de Florentino a la núbil Fermina, del banco del parque desde donde él la miraba, de su promesa de virginidad eterna rota por sus incontables amoríos y de cómo después de 53 años, 7 meses y 11 días con sus noches de espera, el ir y venir a bordo de un barco por el Magdalena se convierte en una travesía "para toda la vida". En la humilde opinión de quien escribe estas líneas, la historia de amor más hermosa que ha tenido el placer de leer.

Por aquellas cosas que uno no sabe explicarse -o justificarse- no había leído la obra maestra del forjador del realismo mágico, los "Cien años de soledad" que narran la historia de una estirpe condenada a la desaparición. La novela que le represento al Gabo una invitación a Oslo para recibir un premio Nobel más que merecido y también para dar uno de los discursos más profundos que he tenido el placer de leer "La soledad de América Latina", donde con su Liquiliqui le pidió a la milenaria Europa que no midiera con su misma vara a la joven y torpe América. "Cien años de soledad" la recuerdo con el mayor de los cariños porque la leí justo en los días previos a mi acto de grado, al finalizar mi carrera de educación, y fue el regalo que me hizo mamá en vista de mi logro educativo, no fue un anillo u otra joya, no fue un objeto de valor material, fue un regalo de incalculable valor intelectual y emocional.

Hoy ante la triste noticia de su partida a los campos elíseos y el vació que deja en el corazón de quienes adorábamos su ingenio y naturalidad, su escritura maravillosa y casi increíble, no nos queda más que darle las gracias por dibujar nuestra historia en sus líneas y quizás los venezolanos nos reconocemos -junto a los granadinos- más identificados  que cualquier otra nacionalidad en sus imaginarios macondianos, en sus patriarcas bolivarianos y sus generales gomecistas. ¡Gracias Gabriel García Márquez por Todo!





A los terribles diecisiete días del mes de abril del dos mil catorce.

Jonathan Gómez, un macondiano más.




P.D: Una Canción inspirada en los amorios de Florentino Ariza